Cientos de millones de animales son utilizados cada año en pruebas de toxicidad, como recursos de aprendizaje en las facultades o modelos de investigación en diversos laboratorios de todo el mundo. Ratones y ratas, hámsters, conejos, jerbos, perros, gatos, cerdos, vacas, ovejas, reptiles, truchas, monos rhesus, diversos pájaros y muchos otros padecen nuestros experimentos de biología, bioquímica, fisiología, psicología…
Inoculamos virus en animales, alteramos su material genético y matamos a las madres cuando están embarazadas para estudiar sus fetos, los sometemos a privaciones de comida o a descargas eléctricas para comprobar su resistencia, los quemamos vivos, les aplicamos sustancias irritantes en los ojos y en la piel, les extirpamos glándulas, los obligamos a ingerir sustancias tóxicas, les provocarmos parálisis, los sometemos a radiaciones, a temperaturas extremas... La lista de experimentos a los que son sometidos no tiene fin, constantemente surgen nuevas sustancias que serán testadas en sus cuerpos, nuevas combinaciones de variables cuyos efectos desean comprobarse sobre ellos, nuevas técnicas e hipótesis a demostrar.
De todos estos experimentos, aquellos considerados más triviales (testeo de sustancias para cosméticos, experimentos militares…) suelen ser el principal objetivo de las críticas. En cambio, los experimentos de tipo biomédico no suelen ser igualmente cuestionados dados los beneficios que pueden reportar para los animales humanos. Sin embargo, toda forma de experimentación con animales (no voluntarios) se basa en un presupuesto injusto: la no consideración igualitaria de sus intereses.
Utilizar a los animales para experimentar y conseguir curas o vacunas para los humanos, es tan arbitrario como utilizar a un determinado grupo de humanos (por ejemplo, aquellos con pelo rubio para solucionar los problemas de los morenos). Nuestro color de piel, de ojos, nuestro sexo, la especie a la que pertenecemos… todas son caracteristicas irrelevantes cuando hablamos de tener en cuenta el interés de alguien en no sufrir y disfrutar de su vida. Lo único importante aquí es la posesión de dichos intereses, independientemente de la raza, el sexo, las capacidades intelectuales o la especie a la que pertenezca quien los posea.
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